El viernes, a eso de las 8 de la noche, el tiempo se detuvo en Puerto Madero. En el Dique 2, más específicamente. Las luces del camino comprendido entre las calles de Rosario Vera Peñaloza y Azucena Villaflor se apagaron de repente, dejándolo todo a obscuras y en completo silencio. Lo único que podía distinguirse eran las pinceldas blancas y amarillas que los edificios más ‘in’ de Buenos Aires pintaban sobre la negrura del agua. No había ruido, hasta que de repente…un motor.
Dos ojos amarillos se acercaban a toda velocidad desde un lado del dique. Al principio creímos que era una lancha, pero al acortarse la distancia nos dimos cuenta de que definitivamente era un volkswagen amarillo navegando las aguas.
Dio vuelta a un árbol enraizado en las profundidades del Río de la Plata y se detuvo debido a la humareda que comenzaba a salir del cofre. El conductor, un payaso, descendió del vehículo para ver qué ocurría, pero al no poder solucionar la situación decidió irse caminando, literalmente, sobre el agua. Música circense empezó a emanar de algún lado y poco a poco aparecieron más personajes. Un hombre adormilado que se acercó remando en su cama gigante (equipada con almohadas, cobijas y una lamparita de noche que brillaba), un barrendero que limpiaba la superficie acuosa con su escoba, un ciclista, y la típica vecina chismosa que existe tanto en nuestro plano como en el de estas criaturas fantásticas. Por último, se acercó una mujer de vestido largo y rosa que cantaba mientras montaba una enorme rueda de madera parecida a un molino de agua.
Parecía que se había creado una burbuja invisible a nuestro alrededor. Estábamos atrapados en un instante secreto, ajeno a los transeúntes que terminaban su jornada y que esperaban el colectivo en avenidas cercanas. Sólo los que estuvimos ahí fuimos testigos del portal que esa noche se abrió entre nuestro mundo y el de estos pintorescos personajes. Hubo fuego, humo, color, música y, para cerrar con broche de oro, fuegos artificiales.
Al final la música se apagó y cada personaje se alejó navegando hasta salir de nuestra vista. Hubo un instante de silencio y después vino la bulla y el aplauso de niños, jóvenes, adultos, extranjeros y locales. Poco a poco la burbuja se fue diluyendo y regresó el tráfico lejano, la música de los bares y las ganas de encontrar una cerveza fría (después de todo era viernes). Caminamos sobre Puerto Madero con una sonrisa, con la sensación de haber tenido un buen sueño del que acabábamos de despertar y que queríamos atesorar por el resto del día.
Ésta fue la puesta en escena que la compañía francesa Fous de Bassin nos ofreció con motivo de la inauguración de la FIBA, un importante festival internacional de teatro, música y danza que se lleva a cabo cada año en la capital argentina. Lamentablemente llegamos con poco tiempo de anticipación y no pudimos sacar fotografías tan buenas. Aquí hay algunas de los fuegos artificiales.
Dos ojos amarillos se acercaban a toda velocidad desde un lado del dique. Al principio creímos que era una lancha, pero al acortarse la distancia nos dimos cuenta de que definitivamente era un volkswagen amarillo navegando las aguas.
Dio vuelta a un árbol enraizado en las profundidades del Río de la Plata y se detuvo debido a la humareda que comenzaba a salir del cofre. El conductor, un payaso, descendió del vehículo para ver qué ocurría, pero al no poder solucionar la situación decidió irse caminando, literalmente, sobre el agua. Música circense empezó a emanar de algún lado y poco a poco aparecieron más personajes. Un hombre adormilado que se acercó remando en su cama gigante (equipada con almohadas, cobijas y una lamparita de noche que brillaba), un barrendero que limpiaba la superficie acuosa con su escoba, un ciclista, y la típica vecina chismosa que existe tanto en nuestro plano como en el de estas criaturas fantásticas. Por último, se acercó una mujer de vestido largo y rosa que cantaba mientras montaba una enorme rueda de madera parecida a un molino de agua.
Parecía que se había creado una burbuja invisible a nuestro alrededor. Estábamos atrapados en un instante secreto, ajeno a los transeúntes que terminaban su jornada y que esperaban el colectivo en avenidas cercanas. Sólo los que estuvimos ahí fuimos testigos del portal que esa noche se abrió entre nuestro mundo y el de estos pintorescos personajes. Hubo fuego, humo, color, música y, para cerrar con broche de oro, fuegos artificiales.
Al final la música se apagó y cada personaje se alejó navegando hasta salir de nuestra vista. Hubo un instante de silencio y después vino la bulla y el aplauso de niños, jóvenes, adultos, extranjeros y locales. Poco a poco la burbuja se fue diluyendo y regresó el tráfico lejano, la música de los bares y las ganas de encontrar una cerveza fría (después de todo era viernes). Caminamos sobre Puerto Madero con una sonrisa, con la sensación de haber tenido un buen sueño del que acabábamos de despertar y que queríamos atesorar por el resto del día.
Ésta fue la puesta en escena que la compañía francesa Fous de Bassin nos ofreció con motivo de la inauguración de la FIBA, un importante festival internacional de teatro, música y danza que se lleva a cabo cada año en la capital argentina. Lamentablemente llegamos con poco tiempo de anticipación y no pudimos sacar fotografías tan buenas. Aquí hay algunas de los fuegos artificiales.